La izquierda tiene que ser creativa y actuar
El pensamiento revolucionario de la izquierda anticapitalista tiene que estar acompañado de la acción. Una “izquierda” que solo piense y enarbole argumentos y puntos de vista, pero no practique políticamente, no corra riesgos, quedaría en la contemplación de los problemas y, de hecho, sus puntos de vista estarían lastrados por la falta de comprobación práctica, además de resultar poco o nada útiles a la sociedad y las más de las veces contraproducentes.
De nada sirve llenar cuartillas y gastar tiempo, haciendo revoluciones en el papel o en el discurso. El vínculo entre el pensar y el hacer constituye un principio de la existencia de la izquierda como fuerza del cambio.
Aquí se trata del carácter del movimiento social, no de enarbolar nombres o proclamarse “de izquierda”, sino del reconocimiento de la existencia de intereses raigalmente opuestos en el mundo de hoy, que exigen deslindar propósitos, explicar alternativas, construir objetivos que se conviertan en líneas de acción y actuar en consecuencia, acumular la experiencia, tanto del éxito como del fracaso, y seguir adelante. La derrota se convierte en experiencia solo si se continúa la lucha.
Cuando se habla de construir sentidos y de trazar finalidades de la lucha, no se está aludiendo a ningún programa en específico, ni a un modo determinado de concebirlo. Por ejemplo, las condiciones del mundo de hoy convierten en una finalidad revolucionaria el rescate de la soberanía, el rescate de las riquezas, la defensa de la cultura y la identidad nacional, propósitos elementales todos que permiten incluir dentro del concepto de pueblo y gestores del cambio a sectores que muy probablemente no compartirían propósitos ulteriores más profundos.
Sin embargo, son muchos los dogmas que el capitalismo ha sembrado en la conciencia de la población, los esquemas mentales que hacen entender sus señales y estereotipos de modo casi automático y que deben ser objeto de la batalla de ideas que tiene que enfrentar la izquierda.
Conceptos actuales como los de Estado de derecho, derechos civiles, derechos humanos, libertad, democracia, política, etc., constituyen para la izquierda objeto primario de abordaje revolucionario, de pensamiento crítico, de esclarecimiento de su torcida interpretación por los aparatos ideológicos de la dominación capitalista.
Eso implica para la izquierda un reto, el de ser renovadamente creativa, debe autoconocerse mejor, reconstruir su autoestima, sobre la base del reencuentro entre la militancia revolucionaria y la cotidianidad de la sociedad, para eso no tiene otra opción que salir del laberinto de sus propios mitos, de sus errores y esquemas mentales.
La creatividad siempre implica una ruptura con lo anterior, pero también una continuidad. Ser creativo es ser uno mismo y diferente a la vez. La creatividad es la negación del sometimiento a la rutina, al conocimiento alcanzado, pero no vigente; para la creatividad resulta imprescindible el optimismo, la confianza en el pueblo, el repudio a la soberbia que conduce inevitablemente al aislamiento y la soledad. La creatividad no puede ser autosuficiente, porque solo puede nacer de la realidad que existe, las personas sí, los individuos sí, porque los comportamientos humanos pueden estar guiados por desviaciones, hijas de la ignorancia y los malos hábitos.
Solo en un estrecho vínculo con la sociedad, puede la izquierda encontrar el camino de la creatividad. Aun en medio de la maleza a veces implacable de las costumbres corruptas que anidan en la propia población como resultado de largas décadas de enturbiamiento de las conciencias, es posible encontrar un hilo conductor para reinventar el tejido popular consciente en las nuevas condiciones.
Lo primero para ello es que cada quien con conciencia anticapitalista, con conciencia de izquierda, sea capaz de desembarazarse de sus propios fantasmas, de sus propios ariques y encontrar lo nuevo, aprender de ello y transformarse a sí mismos junto con todos.
La izquierda en su expresión cotidiana, esto es, las personas conscientes de su posición anticapitalista y las más diversas formas de asociación e integración de estas para luchar contra ese sistema, deben integrarse al máximo en los espacios prepolíticos o antepolíticos para vivir desde la cotidianidad su propia experiencia de lucha. No pocas veces la mayor debilidad de las izquierdas en el pasado siglo y todavía hoy estriba en ofrecer un mundo tan inalcanzable como ininteligible para los demás, no porque los demás sean ignorantes, sino porque esa izquierda ha sido ignorante, no ha sabido explicar ni explicarse a sí misma los caminos de los sentimientos humanos.
Lo anterior implica poner en un primer plano para todos el objetivo de la formación política, que toca a todos los revolucionarios. Una formación que debe ser en sí misma creativa en todos los órdenes, tanto en sus contenidos como en las formas de hacerse.
Lamentablemente, no pocas veces se asume la formación política como más de lo mismo, como repetición de lugares comunes, con el empleo de un lenguaje en desuso, como si nada en este mundo hubiera cambiado. Obviamente, las nuevas generaciones, quedan fuera con tales conceptos y prácticas. La creatividad de la izquierda implica constituirse en un foco de atracción para las personas, particularmente para la juventud.
La izquierda tiene que unir la creatividad a la alegría. La izquierda debe ser alegre porque le sobran razones para el optimismo histórico; el tono hierático y grandilocuente explicable y aceptable en muy escasas coyunturas históricas, no puede ser el estilo de comunicación de la práctica política de la izquierda.
La responsabilidad de cualquier movimiento sociopolítico que se reconozca de izquierda para con la sociedad en la que actúa implica la necesidad de verse en su realidad cultural como un ente requerido constantemente de renovación, a partir de su propia realidad le corresponde encontrar caminos para enfrentar con éxito el capitalismo tardío, caminos en los que lo nacional y lo internacional están hoy indisolublemente vinculados.